En 1888, Van Gogh realizó un viaje al mar Mediterráneo. Permaneciendo en el pequeño pueblo pesquero de Saint-Marie, trabajó en bocetos y bocetos de la naturaleza. Aquí se inspiró en todo: el asentamiento en sí, y los pequeños barcos de pesca y, por supuesto, el mar.
El mediterráneo fue particularmente encantado por Van Gogh. En una carta a su hermano, describió cómo en cada instante el agua cambia de color: de azul se vuelve verde, lila y luego aparece un tinte rosado…
En su fotografía, el artista intentó “atrapar” esta variabilidad. El tema principal del paisaje, hizo un juego colorido de varios colores y tonos. El agua está escrita en pinceladas verdes, azules y naranjas, que, reemplazándose entre sí, crean una variedad infinita de colores. Esta combinación hace que el paisaje marino sea inusualmente vivo. Van Gogh logró transmitir la belleza del mar, expresada en su movimiento constante.
En primer plano, el artista representó enormes crestas de las olas, e hizo un pequeño bote de pesca como el principal acento compositivo.
Abajo, Van Gogh colocó una firma roja grande y poco característica. Lo hizo no por casualidad, sino para, en sus palabras, crear un contraste con el color verde del agua.