La imagen de un pino alto, de donde emana una sombra fértil, acariciando con sus rayos invisibles, tanto las personas como el espacio circundante, siempre le recordó a Cézanne una infancia y una adolescencia felices. A lo largo de su vida, recordó un árbol que crecía cerca de Aix, donde caminaba con amigos, Zola y Bayl, y bajo cuya sombra se escondían del sol abrasador.
Después de haber creado la pintura “El gran pino cerca de Aix”, el artista logró transmitir un sentimiento de la variabilidad del mundo, que es al mismo tiempo una sustancia eterna. Pino en el valle del río Ark, que el artista inmortalizó en el lienzo: un homenaje a la naturaleza, un himno a su fuerza y belleza.
El tronco del árbol puede considerarse un símbolo de inviolabilidad y estabilidad, mientras que los puntos verdes transmiten una sensación de movimiento, mientras que en el contexto de la armonía general, se logra un contraste sorprendente entre la constante y el cambio.
La obra se expone en el Museo Estatal del Hermitage.