Los paisajes de Hokusai tienen algo en común con las pinturas clásicas de Japón y con el Reino Unido del siglo XVIII, pero al mismo tiempo son fundamentalmente diferentes de ellas. El paisaje del Lejano Oriente clásico, en esencia, ignoró la imagen real del retratado, buscó encarnar las ideas filosóficas sobre la existencia del Universo a través de formas naturales, mientras que en Hokusai siempre está asociado con un terreno específico, cuyas características topográficas a menudo se especifican mediante inscripciones. La concreción de los paisajes de Hokusai difiere de la del siglo XVIII, donde la imagen de la naturaleza no iba más allá de los estudios topográficos auténticos y algo torpes.
Hokusai esbozó constantemente de la vida, pero en el proceso de trabajar en una obra, la reformuló, creando una imagen generalizada de la naturaleza, pero no especulativa, como en la pintura clásica, pero basada en un motivo específico. Muchos de sus paisajes son simbólicos. Basta recordar una de las hojas más famosas de “Fuji Rojo”, que todavía se percibe como la encarnación del alma: Japón. Sin embargo, la mayoría de las obras de Hokusai no son puramente paisajes, sino que están al borde del paisaje y la pintura de género.
Esto no afecta tanto a la decisión compositiva como a los acentos semánticos de las obras.
En los grabados, la naturaleza de Hokusai actúa como un entorno en el que fluye la vida activa y activa de las personas. La imagen de la naturaleza no era valiosa en sí misma, se suponía que enfatizaba el significado de la vida humana real y cotidiana.