No desprecies las pequeñas cosas que componen la vida. Sí, son insignificantes, ordinarias, simples. Pero la vida consiste precisamente en ellos. Y en su sencillez y cotidianidad, su necesidad y grandeza.
Todo es nuevo para el niño. Está contento con el sol de la mañana y el pastel sobre el té, con su misterio en el rincón más alejado del jardín, y el patrón de papel tapiz le ofrece mil nuevos patrones.
Poco a poco, con la edad, la novedad se pierde, palidece. El aburrimiento permanece. Solo unos pocos tienen el don de ver lo maravilloso en lo más común. ¿Cómo necesitas ver lo de siempre? Tal vez al entrecerrar los ojos? Mary Cassatt no dejó ninguna receta.
Solo dejó las imágenes, imbuida de ese sentimiento de singularidad y singularidad de cada momento, que es tan valioso para nosotros: memorable para el aburrimiento, olvidadizo e insaciable para la alegría.