Francisco Zurbarán escribió una pequeña Virgen María a la imagen de una moderna niña española con lágrimas en los ojos y con una oración conmovedora. El rostro de la hermosa niña se vuelve hacia el cielo, y los ángeles se reúnen en reverencia sin palabras. Sus rostros son apenas visibles, rodean a la niña como un halo de un santo. Las flores crecen alrededor del niño, una cesta con una manta limpia y blanca.
Cerca, sobre la mesa, un pequeño libro es un libro de oraciones y unas tijeras, un símbolo de la dedicación futura.
A la izquierda de María hay un jarrón con lirios en flor, flores de pureza y pureza, y las rosas escarlatas son un símbolo de amor sacrificial. En el regazo del niño hay una almohadilla plana de color gris rojizo con costura y bordado. Los objetos se asemejan vagamente a la lápida sepulcral y al sudario de Cristo.
Al crear uno de sus lienzos más líricos, tocado por el niño santo, el artista todavía lo retrata en un estado de oración conmovedora, consciente de su propósito.
Queriendo mejorar el efecto, el maestro incorpora los elementos de la teatralidad barroca a la imagen: las cortinas se abren, un fondo oscuro y una luz brillante que cae en la cara y, finalmente, los ojos brillan con lágrimas. El artista adora y se identifica con Santa María la Virgen, y lo hace leer y simpatizar con el espectador.