En el otoño de 1888, mientras vivía en Arles, Van Gogh comienza un nuevo ciclo de lienzos sobre un tema campesino.
La mayoría de ellos trató de actuar en la naturaleza, pero esto evitó la lluvia. Pero, a pesar del mal tiempo, Van Gogh aún logró terminar varias pinturas, entre las que se encontraba este paisaje. En él, el artista representaba los campos recién arados y el pueblo al fondo.
Van Gogh simplificó extremadamente la composición, dividiendo el lienzo en dos partes. La mayor parte de él tomó la imagen de la tierra con profundos surcos del arado, adentrándose en el espacio. Los colores del suelo marrón ceniza se convierten en tonos púrpura y verdosos. Los colores suaves crean un ambiente de calma y paz.
Van Gogh mostró magistralmente la textura de la tierra arada, representando grandes grupos en primer plano.
El paisaje de otoño se vuelve muy brillante y alegre gracias al brillante cielo saturado. Van Gogh usó los colores puros de azul y azul para darle profundidad. Con movimientos rápidos, pintó pequeñas nubes despreocupadas flotando en el cielo.
En la distancia, separando el cielo del suelo con una franja oscura del horizonte, Van Gogh representó parcelas de campesinos con árboles densamente plantados y techos de casas de color naranja.