A finales del siglo XVI, los lienzos seculares comenzaron a tener una gran demanda en las cortes de los monarcas europeos.
Mientras Veronese no se convirtió en un ardiente católico y un portavoz de la doctrina oficial de la iglesia, logró escribir muchas de esas pinturas. Un ejemplo vivo de esto es el ciclo de obras que pertenecieron a Rudolf II. Los más conocidos de este ciclo son dos lienzos: “Venus y Marte, conectados por Cupido” y “Hércules en la encrucijada”.
El principal protagonista de este último es Hércules, personificando fuerza y coraje. El héroe debe elegir entre el camino del vicio y el camino de la virtud. El vicio y la virtud se presentan, como es habitual, en forma de figuras femeninas.
El resultado de la lucha moral en este caso parece estar predeterminado: Hércules se escapa del vicio en los brazos de la virtud.
Además de las pinturas de propiedades “alegóricamente edificantes”, en la herencia de Veronese también se pueden encontrar obras dedicadas a las “alegrías terrenales”, cuyo personaje principal es Venus, la diosa del amor y la belleza. Tal es, por ejemplo, la pintura “Venus y Marte con Cupido y el Caballo”.