Serov recurre al tema de la aldea más de una vez, pero, a diferencia de sus predecesores, los vagabundos de la década de 1860, no busca exponer la injusticia ni revelar conflictos sociales. Es importante para él mostrar la vida cotidiana del pueblo, su verdadero rostro. A menudo escribe la aldea en otoño e invierno, mostrando en sus obras el cielo gris, los árboles antiestéticos con follaje amarillento, personas ocupadas con sus actividades habituales.
Tal es su pintura “Tarde de otoño en Domotkanovo”, una de las obras más interesantes de los primeros trabajos de Serov, escrita en la finca rural de su amigo, el artista Vladimir Derviz. En esta imagen, vemos un paisaje rural simple: árboles amarillentos, iluminados por una luz tenue de la tarde y un cielo gris otoñal. Esta es una belleza simple, discreta, cerca del corazón del artista.
Domotkanovo posteriormente jugó un papel importante en la obra del artista. Todas las obras creadas en esta finca, una simple casa de dos pisos con columnas, ubicadas en un lugar apartado, rodeadas de colinas y un huerto de manzanas, son tan significativas que sin ellas es imposible imaginar la historia de la pintura rusa.