La niña de diez años representada en este retrato es hija del valiente noble escocés V. V. Fermor, quien pasó la mayor parte de su vida en el servicio militar ruso. Desde 1742 hasta 1757, estuvo a cargo de las actividades de la Oficina de los edificios, donde Ivan Yakovlevich Vishnyakov como el maestro más experimentado y hábil encabezó el equipo de pintura.
El retrato fue encargado por el artista en 1749. De acuerdo con las costumbres de la época, Sarah Fermor es representada como una niña adulta: con el pelo en polvo y rizado, en un vestido de gala, con un abanico en la mano. La rigidez del cuerpo, las manos de los lirios desproporcionadamente alargadas, le dan al retrato una belleza refinada de líneas fluidas, gestos elegantes, interpretación decorativa de un paisaje asimétrico con dos árboles delgados: todo hace que el espectador tenga una alta armonía poética, libera un brillante comienzo espiritual desde el marco estrecho del material.
El rostro serio, triste y reflexivo de una niña de diez años no tiene la edad suficiente, su delgado cuello está representado con un gran lirismo, una pureza única y un carácter cautivador. La coloración de la ropa sirve como un acorde adicional a su vulnerable mundo interior.
Este exquisito color gris-verdoso-azul del vestido, como el rostro de una niña, conquista con belleza y expresividad. Su postura compleja, dada en ligeros movimientos contradictorios, se sustenta en el espíritu del estilo rococó que dominó la corte isabelina y exaltó la elegancia intrincada, el refinamiento de cierta manera, el estado de ánimo cambiante de los sentidos.
Sin embargo, en este retrato prevalecen el silencio profundo y la fascinación, que son incompatibles con las ideas habituales sobre el estilo rococó. A menudo, estas cualidades se explican por la incapacidad del artista para transmitir el movimiento y su conexión interna con el arte de la parsuna, lo que parece poco convincente, ya que la técnica de escritura y el enfoque del modelo de Vishnyakov no tienen nada en común con el parsun. Sin embargo, la pintura debe su encanto único a las peculiaridades de la percepción del artista del mundo nacional.