En los retratos de la obra de Rubens, nos encontramos más a menudo con la impresión y el brillo pictórico incomparable que con la intimidad reflexiva y sincera, que no es típica del temperamento rápido del maestro. Lo que es aún más sorprendente para el espectador es el inusual “Retrato de una camarera, Infanta Isabella”. El artista sigue una estricta forma tradicional de retrato de busto, pero la imagen de la niña es sublimemente lírica, avivada por la poesía.
Su mirada clara y tranquila, sus labios ligeramente tocados por una sonrisa, un mechón de cabello fuera de su peinado hace que el retrato sea íntimo.
La bonita cara de niña está enmarcada por un semicírculo ligero de cuello corrugado blanco. Su reflejo realza la impresión de luminosidad, como si estuviera irradiado por la piel, tejido con delicados tonos rosa, amarillento y nácar. Los esmaltes finos y transparentes, a través de los cuales brilla el suelo brillante, hacen que la pintura parpadee, creando la ilusión de iluminación interior.
Los enormes ojos radiantes de color verde claro y el cabello dorado brindan esta impresión al máximo sonido.
El Museo Albertina en Viena tiene el dibujo preparatorio de Rubens para esta pintura. En la hoja hay una firma en el antiguo idioma flamenco: “Kamerka infanta en Bruselas”. De ahí el nombre del retrato.
En la figura, la niña está representada casi como una niña, con una mirada enfermiza, con ojos no muy tristes y una boca grande. En la imagen, la artista la hace mayor, más bella y, lo más importante, le da la apariencia de espiritualidad. Pero la identidad de la persona representada en la figura y en el retrato está fuera de toda duda.
La comparación de la pintura del Hermitage y el dibujo vienés con los retratos auténticos de la hija de la artista Clara-Serena, quien murió a la edad de doce años, llevó a los investigadores a suponer que la artista hizo el dibujo vienés con su hija durante su última enfermedad, y la pintura del Hermitage es un retrato póstumo de Clara-Serena.
El retrato de una trabajadora, Infanta Isabella, fue adquirido para el Hermitage en 1772 como parte de la colección Crozat en París.