“Retrato de la condesa Carpio, marquesa de la Solana”, escrita a principios de los años 80 del siglo XVIII. La figura femenina se transmite por la silueta oscura del vestido sobre un fondo más claro y está rodeada por un entorno casi aireado de una delgada bufanda blanca. Esta sensación se acentúa con un suave lazo rosa pálido en el cabello oscuro de una mujer.
Su rostro no es muy hermoso, pero atrae un sentido de importancia.
Una mirada firme, labios apretados, un orgulloso aterrizaje de la cabeza habla de cierta arrogancia y arrogancia del toldo, aunque en la imagen parece haber una nota de cierta incertidumbre. La solución compositiva del retrato es extremadamente simple.
Justo en el centro del lienzo se encuentra una figura femenina vestida de negro, que permite transmitir tanto los rasgos principales del personaje como esos tonos evasivos que no pueden ser contados por ninguna palabra y que Goya podría traernos hábilmente en sus imágenes femeninas. Con toda la restricción externa de la gama de colores del espectador no deja la sensación de plenitud del color de la imagen. Este retrato fue comprado para el Louvre en 1952.