“Lo principal en la pintura es pintar, porque solo entonces una idea, un pensamiento puede influir en el espectador… Tal es la naturaleza del arte”. Estas palabras fueron repetidas a menudo por Petr Petrovich Konchalovsky, un pintor natural, atraído apasionadamente por los elementos coloridos del mundo.
Konchalovsky trabajó en todos los géneros sin excepción, sin dar preferencia a ninguno.
Sin embargo, desde principios de la década de 1930, el interés del artista por el retrato ha aumentado. Fue en ese momento cuando se vio obligado a escribir muchos retratos de los españoles que abandonaron su país debido al régimen fascista establecido allí. Entre ellos se encontraba la niña Khulita Perekachcho, por la que Rusia, donde “recibió una excelente educación”, se convirtió en la segunda patria. El contacto de Konchalovsky con la propia España, que dejó impresiones inolvidables en su alma, tuvo lugar en 1910.
Este país le dio mucho al artista: “ella agudizó sus ojos y fortaleció su mano”, recordó sus colores brillantes, y especialmente los tipos de “gente salvaje, bella y orgullosa”.
Al trabajar en un nuevo retrato, Konchalovsky siempre buscó aquellas herramientas y técnicas pictóricas que mejoraron la imagen, pero nunca descuidó la transferencia de similitud, originalidad e individualidad del modelo, encontrando su equivalente plástico en el lienzo, combinando color y forma en un todo indisoluble. Konchalovsky se sintió feliz cuando “logró captar la nueva impresión inicial de la naturaleza”, como regla general, entusiasmó al artista y ayudó a dar forma al plan.
La joven española Julita Perekacho, vestida con un vestido brillante, parecía estar sentada tranquilamente en una silla de mimbre, con la mano en el apoyabrazos. Pero la perspectiva misma: una vista lateral, la ubicación de la figura en diagonal y convertir el cuerpo en tres cuartos, no solo crea la profundidad del espacio, sino que también le da a la imagen una dinámica interna. Es esta técnica de composición, y la composición que Konchalovsky consideró “el alma de cada obra”, lo que le permite al artista combinar una armonía estricta y un temperamento que se arranca desde adentro.
En el retrato, todo está justificado por el contenido. El sonido emocional es creado no solo por el frotis de plástico, una variedad de textura, sino, sobre todo, por un rico color sonoro. El brillo del acento de color intenso del vestido se saca de la gama general de gris pulsante con un tono lila del fondo, lo que agudiza aún más la imagen. En Konchalovsky, “la pintura no murió en la naturaleza, sino que se reencarnó en ella”. En este retrato, el artista no se esfuerza por un análisis exacto y completo de la apariencia del modelo, sino que enfatiza solo aquellas características que le parecen importantes e importantes.
Las sombras del estado de ánimo no son importantes. El bello rostro bronceado de la niña respira firmeza y confianza. Mirando desde debajo de las cejas negras, la mirada refleja un sentido de drama histórico, la meditación sobre el destino de la patria y el destino golpea a uno con energía y determinación.
Partiendo de su propio concepto de crear una imagen, Konchalovsky dijo: “En general, no me gusta dar a una persona en la vida cotidiana en un retrato… Siempre me esfuerzo por descubrir lo universal en él, porque no es la semejanza externa lo costoso, sino la imagen artística”. Entonces, habiendo recibido un nuevo ser y encontrando su esencia espiritual, la imagen de la niña española Khulita Perekacho comenzó a existir en realidad, comenzó a actuar sobre nuestra percepción de la misma manera que todos los seres vivos.