En el primer plano, en su pintura “El pintor de íconos del pueblo”, A. E. Arkhipov representa a un artista pobre de un pueblo. Se sienta frente a la ventana y dibuja con atención el icono. La luz del sol apenas penetra desde una pequeña ventana a una pequeña habitación.
En un alféizar de ventana ancha, más como un banco de madera, el maestro colocó sus herramientas.
Aquí hay un cofre, en el que, gracias a la tapa abierta, se pueden ver accesorios de dibujo. Junto al arcón hay frascos de pintura de colores y unos frascos con pinceles de diferentes tamaños. Cerca hay un frasco de aceite líquido, que se usa como disolvente para pinturas.
En el borde del alféizar de la ventana hay un pequeño cepillo para colgar.
El artista, inclinándose un poco, está sentado en un taburete de madera. Lleva un delantal brillante para no manchar la ropa con pintura. En una mano, el pintor de íconos sostiene una paleta y pinceles, y la otra dibuja sobre un lienzo. El propio artista ya no es joven, como lo indica la barba gruesa en su rostro.
Una vista enfocada indica un trabajo minucioso y a largo plazo.
El maestro puso el pie izquierdo en la barra transversal del caballete hecho a sí mismo. Detrás del artista, en la pared opuesta, cuelgan los íconos escritos por él. Debajo de ellos hay una pequeña tienda, en la que se encuentra un jarrón bastante masivo.
En la esquina, debajo de la imagen más grande está el bolardo donde se encuentran los libros.
Mirando la imagen, parece como si estuvieras en el mundo íntimo de una persona creativa. Después de todo, el espectador tiene una maravillosa oportunidad de observar el proceso de creación de una obra maestra.