En París, Van Gogh crea una serie de bodegones con frutos, mientras escribía, perfeccionó su visión del color y trató de transmitirlo de la manera más completa y pura posible. En este trabajo, coloca las manzanas de tonos rojos y amarillos sobre un fondo de cortinas azules, que se pueden ver en otras obras del artista de esta época. Aquí el enfoque del pintor está en el contraste de los colores cálidos y fríos, lo que hace que todos los colores sean aún más brillantes y jugosos.
Usando trazos largos de pintura pastosa, el artista marca y enfatiza las formas de los objetos, en particular los pliegues de las cortinas. Van Gogh encuentra en la tela uno a uno todos los tonos de azul, y los mejora hasta tal punto que se pierde el color principal, y en su lugar hay colores completamente diferentes. La superficie de la tela comienza a consistir en una variedad de reflejos de los colores de los objetos que la rodean, desde las sombras del cielo y la luz del sol hasta los colores saturados de las manzanas que se encuentran sobre ella.
Debido a esto, y también debido al dinamismo de las pinceladas, las cortinas adquieren un parecido con las olas del mar.
Las manzanas rojo-amarillas se adaptan armoniosamente a esta variedad de color, pero al mismo tiempo destacan claramente en ella debido al contraste con el azul. La sombra oscura y profunda hace que la mancha de las manzanas sea entera, al mismo tiempo que les da volumen y sombrea la luz natural, que es brillante en la superficie de la fruta. En esta naturaleza muerta, las habilidades gráficas de Van Gogh y el brillante don del pintor se encendieron de repente.