Federico vio por primera vez las montañas, siendo bastante joven, en 1810. Desde entonces, se han convertido en un motivo frecuente de sus paisajes, un símbolo de las alturas del conocimiento y la vida espiritual.
Unos pinos sobre picos rocosos nos recuerdan la vida eterna. Pero en el camino hacia ella, es necesario superar la garganta, arremolinándose en la niebla, el abismo del pecado, en el que una persona corre el riesgo de caer cada minuto de su viaje terrenal.