En este lienzo, en las mejores tradiciones del método paranoico crítico favorito del artista, el espacio y la perspectiva juegan charadas con el público. A primera vista, la escena de la imagen da la impresión de un volumen cerrado delimitado por tres paredes.
Una de las paredes está decorada con nubes pintadas y cipreses, la otra con un marco macizo con la imagen de una mujer desnuda. La segunda mirada nos lleva a comprender que vemos una plataforma en el nivel del segundo o tercer piso, sobre la cual va la ventana, y la mujer se para dentro, fuera de la ventana. Y los cipreses y las nubes doradas iluminadas por el sol no son un fresco, sino el verdadero paisaje.
Un puntero de madera con un clavo que sobresale y un trozo de tela pegado en él le da una sensación de sensación bidimensional: está ubicado paralelo al plano de la “pared” inexistente. Pero las sombras que caen y la iluminación que las crea indica que este plano solo se agrega a la imaginación del espectador.
La gruesa pared de la casa, cortada por la ventana, está cubierta con yeso pelado. Está iluminado con la misma luz dorada que las nubes. Esta iluminación le da al paisaje un cierto encanto de decadencia, recordando las fachadas venecianas de noble noble.
Hay una mujer parada afuera de la ventana. Su cabeza está oculta detrás del borde superior del marco de la ventana. El espectador ve las puntas del cabello largo y dorado, el pecho lleno, la cintura esbelta y el hermoso cuello.
Con disgusto, con dos dedos, la mujer sostiene, con la intención de tirar, un violín deforme y débil. El buitre cuelga sin vida. El material del que está hecha la cubierta se asemeja a una tela muy estirada o carne suelta.
Las sombras trazadas de manera precisa y graciosa fijan la mirada en el violín, haciéndolo no solo espacial, sino también el centro lógico de la composición.