Jacob van Ruysdal, un destacado maestro holandés del género del paisaje, capturó en el lienzo una imagen sorprendente de su tierra natal. Los espacios llanos, representados como criaturas vivientes, parecen estar animados por la fuerza todopoderosa de la naturaleza.
La composición de la pintura se basa en una perspectiva central, apoyada por el camino en primer plano, dividiendo la composición en dos partes. Con su movimiento ligeramente sinuoso, atrae la mirada del espectador hacia los edificios, mirando a través de los árboles.
El horizonte bajo permite que el cielo nublado, que ocupa dos tercios del lienzo, gire todo su ancho. En algunos lugares, los rayos del sol logran atravesar las nubes, derramando oro en los campos, reflejando diferentes sombras en la luz y la sombra.
Tres figuras solitarias, distinguibles en el camino, una mujer con un niño y un viajero caminando hacia ellos, parecen perderse en la imagen majestuosa de la naturaleza, como si demostrara que la vida está sujeta no a las leyes humanas sino a las más altas.
Las ramas secas y los troncos de los árboles en el primer plano parecen reflejar el concepto de vanitas, la fragilidad de la existencia terrenal. El estado de reposo, dominante en la composición, está perturbado por temblores leves y una ansiedad melancólica apenas perceptible, que refleja el drama romántico del temperamento del artista.