La duquesa de Alba provenía de una familia antigua, influyente y muy rica. Su esposo, el duque de Alba, era mimado, inerte, pero muy educado, a quien le encantaba la música. Miró a su apasionada, enérgica y apasionada esposa como a una niña traviesa, perdonándole con indiferencia todos sus caprichos y traiciones.
Caetana era muy hermosa y brillaba en la corte, fue recibida de cerca por la familia real de Carlos IV. Desde el primer encuentro, Goya se enamoró de la joven duquesa, el amor era mutuo y apasionado.
Por cierto, ahora se dice que es una leyenda que Feuchtwanger, quien escribió el famoso libro “Goya o la difícil forma de conocimiento”, inventó este amor que era como si una aristócrata tan hermosa y mimada no pudiera enamorarse de los torpes, de mediana edad y no muy famosos todavía. un artista Pero los caminos del amor son misteriosos y, sin embargo, nadie ha negado lo contrario.
Goya le escribió muchas veces a Caetan y no le gustó ninguno de sus retratos, todavía no pudo captar, transmitir en la imagen que resalta, ese pequeño guión que mostraría a la verdadera Caetana Alba.
En este retrato, Goya retrató a la duquesa en el contexto de la naturaleza. Con cuidado y cuidado, escribió el paisaje, pero de tal manera que no llamó la atención, pero Caetana permaneció solo. Ella se alza orgullosa y frágil, con cejas increíblemente arqueadas bajo ondas negras de cabello, en un vestido blanco con una cintura alta, cubierto con una bufanda roja y con un lazo rojo en el pecho.
Y delante de ella, gracioso, ante el absurdo de un pequeño perro peludo blanco con el mismo arco rojo divertido en la parte posterior del pie. Caetana con un gracioso dedo señala dónde se le escriben las palabras “Goya-Caetana Alba”, y este gesto parece insinuar que el mismo Goya para ella también es algo así como este perro divertido.
Goya no logró, en su opinión, reflejar en el retrato ese fuego interno, esa contradicción de su personaje, que tanto la atraía y, al mismo tiempo, la rechazaba, alarmada.