Pissarro no estaba de acuerdo con quienes pensaban que las calles de París eran feas. Para él, eran brillantes, y la intensidad de la vida en ellos, que cambiaba en unos momentos, lo deleitaban.
Al regresar a París a principios de 1897, observa con interés la metamorfosis que tiene lugar en Montmartre, cuando de repente una calle abarrotada se desierta, y viceversa. Al estar en el Grand Hotel de Russy, el artista grabó profesionalmente todos estos detalles, a pesar de su mala vista.
Los resultados de la observación dieron como resultado trece pinturas de la dirección impresionista. El motivo de estas obras es el mismo: Boulevard Montmartre, representado desde el mismo ángulo de visión. Parecería que ese momento debería haber llevado al hecho de que todos los lienzos serían monótonos, pero Pissarro perpetuó la famosa calle, cambiando no solo la hora del día, sino también el clima, y también teniendo en cuenta su estado de ánimo.
“Boulevard Montmartre en clima lluvioso” – una de las pinturas de esta famosa serie, en la que las diminutas figuras de personas, escondidas del clima bajo paraguas, no cesan de moverse, creando el ritmo de la vida impulsiva de una gran ciudad. Las cuadrillas se alejan de donde hay reflejos en las acumulaciones de agua que se forman después de la lluvia.
Los lienzos de esta serie, en muchos aspectos superiores a la obra en la que el artista representó paisajes rurales, se refieren en primer lugar a las impresiones de ligereza y movilidad, con las que Pissarro saturó las pinturas que transmiten la vida turbulenta de París.