Moroni, conocido por el poder de su naturalismo, es considerado uno de los retratistas más hábiles del Cinquecento. Lejos de la cortesía de Tiziano, el artista de Bérgamo recrea la naturaleza humana desde una nueva perspectiva, original y natural. Sus clientes, la mayoría de ellos pertenecientes a la clase adinerada de la provincia lombarda, están representados en su situación cotidiana particular.
Imágenes dotadas de profunda humanidad, transmitidas magistralmente por el artista a través de su apariencia física y psicología conductual. La abadesa está representada en un fondo gris, que enfatiza la monumentalidad de su figura y le da a toda la composición un cierto rigor. Sin embargo, los tonos cenicientos apagados se vuelven más brillantes detrás de la espalda de la mujer, enfocándose en la cabeza gris en la fina cubierta de trabajo.
A pesar de la artificialidad del parapeto resaltado con una delicada inscripción en latín, el lienzo se aleja de la estilística estricta del retrato oficial: el rostro de la abadesa, que lleva la impronta del tiempo despiadado, no refleja ninguna sombra de arrogancia o alienación. Su mirada enfocada y la insinuación de una leve sonrisa le dan un sentido de sinceridad y sinceridad.